En esta era donde el éxito profesional y la excelencia académica se han sobrevalorado a tal punto que una generación entera de jóvenes cree que ese es el secreto de la felicidad; y donde el fracaso no se toma como parte de la vida a ser integrada y resuelta, el concepto de inteligencia emocional sigue tan o más vigente que cuando surgía hace ya más de una década. En su momento sufrió -como toda novedad- mal interpretaciones, pasando a ser a veces un recurso para aquellos que quedaban por fuera del sistema académico. Insisto en que la inteligencia emocional es demasiada valiosa para restringirla a un grupo de personas. A ser emocionalmente inteligentes, estamos llamados todos, niños y adultos para poder vivir la vida en plenitud. Cuantas más áreas logremos integrar, más enriquecidos saldremos en esto de ser humanos.
Por eso, cuanto antes empecemos a educar este tipo de inteligencia, más rápido adquirirán nuestros hijos esta capacidad tan diversa y tan necesaria para su felicidad.
La inteligencia emocional es “la capacidad de reconocer los propios sentimientos y los ajenos, de motivarnos y de manejar bien nuestras emociones (Daniel Goleman).
Nos damos cuenta por la misma definición que es un proceso que involucra varios pasos y que requiere un aprendizaje, tanto desde el modelado de los propios padres como desde la vida misma. Hay niños que podríamos decir que nacen con una capacidad emocional mayor que otros, pero esto no quiere decir que no sea una capacidad en continuo desarrollo.
Las emociones son sentimientos que afectan a nuestros propios pensamientos, estados psicológicos, biológicos y voluntad de acción. Por eso tienen una importancia vital para nuestro día a día, porque afectan todo nuestro ser. Dice Yepes que “la afectividad humana es tan importante que los clásicos la tenían por una parte del alma, distinta a la sensibilidad y a la razón, y no siempre en armonía con ellas”.
La tendencia tan marcada en la actualidad, derivada directamente de la dictadura del relativismo, de que los sentimientos hay que dejarlos fluir, es tan peligrosa como falsa. Peligrosa porque no siempre los sentimientos -como hemos visto por su definición- son buenos consejeros. Además en la etapa preescolar, en la que el pensamiento de los niños se caracteriza por ser caótico y necesitar de orden, se hace imprescindible la educación de los sentimientos para ordenar y orientar a los más pequeños. Pensemos qué pasaría si diéramos rienda suelta a las rabietas de un niño encaprichado, o qué bolsillo aguantaría las demandas de un niño frente a las cajas del supermercado, inundadas de golosinas y todo tipo de atractivos infantiles.
El autocontrol es una de las metas de esta etapa y en parte su educación depende de poder armonizar los sentimientos con la razón, que de a poco comenzará a orientar la voluntad del niño.
Conocer los sentimientos es el primer paso para luego poder aprender a manejarlos adecuadamente y con madurez.
Reconocer los sentimientos ajenos, ya los sitúa en otra etapa del desarrollo, ya que presupone la empatía: sentimiento más que necesario en una sociedad en la que predomina la indiferencia y el individualismo.
La capacidad de motivarse también urge. Las escuelas y los docentes no paran de quejarse de la falta de motivación de las nuevas generaciones. Un niño que se auto motiva, que juega con sencillez, sin tanto juguete intermediario, que sugiere temas de aprendizaje, tiene una buena parte de trabajo facilitado.
Al mismo tiempo “los niños parecen volverse cada día más inteligentes, pero sus capacidades emocionales y sociales disminuyen. La depresión en el niño ha aumentado casi diez veces entre los niños y los adolescentes y bajan las edades de comienzo” (Lawrence Shapiro, La inteligencia emocional en el niño).
Es posible educar este conjunto de habilidades en nuestros hijos?
Si, claro. Si bien como ya hemos mencionado algunos niños parecen haber nacido con cierta facilidad para el manejo de las emociones, siempre se puede adquirir alguna otra habilidad; cuanto más pequeños, más fácil les resultará hacerlo.
El reconocimiento de las emociones.
Este es el primer paso para manejar de manera adecuada y proporcionada a la situación las distintas emociones y así, dar un paso hacia el autodominio. Pero lo cierto es que se dice de manera muy ligera y en la práctica no es tan sencillo.
A lo largo de muchos talleres, por los cuales habrán pasado cerca de 700 mujeres madres, les propuse a las mamás el siguiente ejercicio: durante 15 segundos debían escribir la mayor cantidad posible de emociones que conocieran. Tarea sencilla para mujeres madres…o no tanto. El promedio del ejercicio fueron 4 palabras. Muchas escribían varias palabras pero que no eran sentimientos ni emociones, otras llegaban a dos, utilizaban sinónimos. Lo cierto es que el ejercicio sirvió no sólo como disparador del taller, sino sobre todo para darnos cuenta de que el reconocimiento de las emociones no es tan simple como parece. Conocemos muchas menos de las que creemos. Esto también limita nuestro manejo; me explico: si creemos que estamos manejando el enojo pero en realidad nos estamos sintiendo frustrados, es fácil advertir que el manejo no será del todo adecuado. De la misma manera, si creemos estar tristes pero en verdad nos sentimos desilusionados, también estaremos errando al manejo adecuado de la emoción, ya que si bien se parecen en su presentación, claramente no son el mismo sentimiento.Y si esto nos sucede a los adultos que tenemos el pensamiento más ordenado, lógico, qué esperaremos entonces de niños preescolares y escolares que aún no tienen los códigos básicos para reconocer cuál es esa emoción que los inundó.
Repasaremos entonces algunas de esas emociones básicas más frecuentes, con su consiguiente repercusión física y psicológica. Este dato es importante (la repercusión física) ya que para muchas personas es un dato que les permite identificar el sentimiento, distinguiéndolo de otro similar.
La Cólera o enojo.
El enojo es ese sentimiento que nos prepara para actuar. Mi hermanito me rompió un juguete…me enojé…..le pegué. Ovbiamente, un adecuado manejo del enojo se refleja directamente en la acción emprendida. De aquí que el primer paso sea el autocontrol, pero irá acompañado por una gama de resolución de problemas y manejo de habilidades posteriores.
A nivel físico la sangre fluye hacia los músculos esqueléticos, el ritmo cardíaco aumenta, así como también las hormonas. Es fácil advertir que toda esta preparación física está orientada a prepararnos para una acción vigorosa. También debemos notar que las personas que sufren esta preparación y no encuentran la manera de canalizar estos signos físicos (ya sea porque se contienen, porque no se animan a expresarla, porque no están “habilitados emocionalmente para hacerlo”), sufrirán algún tipo de repercusión ya sea física o emocional. Podríamos hasta decir que serán emociones “encapsuladas” en la amígdala.
A todas las emociones tenemos que habilitarlas para que nuestros hijos sepan que pueden sentirlas. Lo que no hacemos es habilitar cualquier forma de expresión de la misma. Vamos a ver un ejemplo. Cada vez que les decimos “No deberías sentirte así” o “qué feo, otra vez enojado…”, o incluso:”Por qué te sentís así?” estamos sin darnos cuenta quitando permisos para que experimenten esa emoción. A veces son emociones que en nuestra casa de origen estaban prohibidas y que tendemos también a prohibirlas en nuestra familia actual. De alguna manera, podríamos decir que son “mandatos emocionales” que los hemos recibido por tanto tiempo que son difíciles de reconocer. En general se trata de emociones “negativas”: la tristeza, la ira…aunque también hay casos en que por circunstancias adversas o formas particulares de personalidad, se prohíbe estar contento.
La tristeza
No a muchas personas les gusta sentirse tristes, sin embargo la tristeza es también un sentimiento necesario. Sí, dije necesario ya que sin ella no podemos elaborar duelos, cerrar situaciones que han de ser dejadas en el pasado, separarnos de personas o situaciones para crecer o cambiar de rumbo…en definitiva, no podemos recomenzar, por lo cual no podríamos casi vivir, ya que en la vida muchas veces estamos recomenzando y enfrentando desafíos.
Durante la tristeza, experimentamos una caída de energía y de entusiasmo que nos hace ir volviendo hacia adentro y poder ponderar las cosas de otra manera, con otra perspectiva. A todo esto se suma un enlentecimiento del metabolismo que hace que sea el sentimiento que nos permite llorar (con o sin lágrimas, no importa), evaluar las consecuencias y planificar un nuevo comienzo. En los procesos de duelo en los que predomina la ira en lugar de la tristeza, se hace más difícil volver a empezar. O al menos es más dificultoso evaluar las consecuencias con serenidad. Pensemos en un divorcio en el que se festeje tal como vemos en algunos procesos hoy…¿es adecuado festejar un fracaso? No, ciertamente no. Pero en algunos procesos el dolor y la indignación son tan fuertes que no permiten contactar con esa idea del fracaso o con la tristeza misma. Pero lo más importante es que el no poder contactar la tristeza, hace que no puedan evaluar objetivamente las consecuencias y a veces apresuren una futura pareja no menos frustrante que la anterior.
Más allá de los sentimientos en particular, lo más valioso sigue siendo poder generar una instancia para hablar de ellos, para que los hijos contacten con ellos y desde ese espacio, manejarlos cada día un poquito mejor.